Ale, ya paro de hablar y os dejo con el primer capítulo: (Siento mucho si es demasiado largo pero es que no sabía dónde cortar D: )
Era un enorme salón, todos los muebles eran blancos, impolutos. Una chica
estaba sentada en el blanco sofá con las piernas encima estaba leyendo un
libro. Estaba segura de que si su padre la viera poner los pies así la miraría
con esa mirada que a veces usa la gente, como si les estuvieras decepcionando.
De la chica solo se distinguía su mata de pelo rojo, ese año lo llevaba corto,
un poco más abajo de las orejas, pero así era más cómodo. El pelo contrastaba
con aquella habitación, que no tenía
apenas muebles, un sofá blanco, una televisión y una mesita, ni una estantería,
no había una sola mota de polvo en ninguna esquina, como si hubiera algo en
aquel blanco que las asustara. Aquel día la chica cumplía dieciséis años y todo
el mundo podía pensar que estaba emocionada, pero en realidad la daba un poco
igual, celebrar que había nacido no la parecía interesante y además daba
fiestas muy a menudo, así que una más no iba a cambiar nada. La puerta de
entrada se abrió y se cerró con un fuerte portazo, aunque no significaba nada y
ella lo sabía, tan solo significaba que la persona a la que más quería en el
mundo había hecho acto de presencia. La chica, con una sonrisa, bajó las
piernas del sofá y sonrió a su padre. Era un hombre alto, con el pelo negro
como el carbón y los ojos grandes y negros también, nadie sabía cuántos años
tenía y su hija tampoco, aunque no es que la importara mucho, pero sabía que se
conservaba muy bien para cualquier edad que tuviera y además todo el mundo
decía que era muy atractivo. Imponía mucho, a todos menos a ella, pues ella no
lo veía como un hombre alto de negocios, sino como a un padre que la cogía para
que pudiera tocar los carteles por la calle. No se parecían en nada, ella era
pelirroja y con los ojos verdes y él tenía el pelo negro con los ojos oscuros,
no parecían padre e hija, pero se querían el uno al otro como nadie.
- Luna - dijo su padre abriendo los brazos sabiendo que ella correría a
abrazarle como cuando era pequeña, y ella lo hizo, por supuesto. Le había
echado demasiado de menos como para actuar como una chica de su edad que no
daba besos a sus padres y que ni siquiera les abrazaba.
No hablaron durante unos bellos instantes en los que solo se abrazaron. La
chica, que antes parecía alta, ahora era pequeña al lado de su padre. Había
estado fuera por trabajo durante dos semanas y hoy venía para celebrar su
cumpleaños, aunque Luna estaba segura que él estaba más emocionado que ella y
no sabía el motivo pues él la había enseñado que cumplir años no era una cosa
especial y siempre había pasado sus cumpleaños como si fueran otro día más en
el calendario.
- Papá - saludó ella suavemente con una voz que acarició suavemente el
rostro del gran hombretón haciéndole sonreír -. Te eché de menos - añadió sin
más con una gran sonrisa que podría dejar muerto a cualquiera.
- Y yo a ti, pequeña - respondió su padre, miró a su alrededor, la casa
seguía tal y como la había dejado, pero él sabía que su hija había hecho una
fiesta dos días atrás -. ¿Qué tal la fiesta? - preguntó para sorpresa de la
pequeña.
- ¿Papá? - Luna le miró sin entender, aunque al ver que la cara de su padre
no reflejaba enfado sonrió de nuevo - Lo siento - dijo sin sentirlo -. La
verdad es que muy bien, invité a muy poca gente, ya sabes, dos o tres -
respondió, aunque los dos sabían que aquella había sido una de esas fiestas con
sexo, drogas y rock and roll.
- No pasa nada - sonrió su padre -. Hoy cumples dieciséis y eso es lo único
que importa. Y además la casa sigue siendo blanca y limpia y con eso basta -
soltó una carcajada. Había estado fuera durante todas las navidades, tenía
negocios y ella lo entendía, muchos años había estado sola en Navidad y tampoco
la importaba, pero él siempre volvía el día uno para su cumpleaños, el cual le
parecía mucho más importante que un año nuevo, Luna se lo agradecía en
silencio.
Los dos se volvieron a abrazar. Luna pasaba mucho tiempo sola en casa, pues
su padre trabajaba mucho, y viajaba aún más. Pero él siempre volvía para hacer
cosas con su niña. Ella había aprendido a cocinar y a llevar la casa sola desde
que tenía ocho años. Nunca había conocido a su madre, pero no la importaba,
ellos dos se cuidaban solos. No era como la mayoría de las chicas que tenían
como figura principal a su madre, a la que pedían consejos de moda y de chicos,
ella no necesitaba esos consejos y cuando los necesitaba su padre se los daba
sin extrañas o incomodas charlas, como habría sido normal en cualquier otro
padre.
Su padre tenía algo muy especial que decirla y quería
hacerlo en ese instante, pero la paciencia era un gran don en él, así que la dirigió hacía la cocina, donde estaban sus maletas e
indico a Luna que las llevara a la habitación, y lo hizo con una sola mirada y
sin abrir la boca, pero ella le entendió sin necesidad de ninguna de esas cosas,
tenían una fuerte conexión que no todos los padres e hijos tenían. La chica las
cogió y subió las escaleras corriendo, mientras su pelo parecía un fuego
encendido moviéndose de un lado a otro, luego volvió a bajar corriendo y su
sonrisa se ensanchaba a medida que bajaba y se acercaba a su querido papá.
Quería estar el mayor tiempo posible con él.
- ¿Qué tal con Alberto? - preguntó su padre frunciendo
el ceño, la verdad era que no le gustaba mucho que su hija saliera con chicos,
pero no quería hacer nada al respecto, la daba libertad. Cosa que muchos otros
padres y madres no habrían permitido y que mucho menos habrían hablado normal
en una cocina. Pero él sabía que su hija era la más especial y además estaba
seguro de que se merecía todo lo que tenía y mucho más, por eso la daría todo
lo que pidiera pero consiguiendo que no fuera una niña mimada.
Luna comenzó a rememorar el día que su primer amor la
había pedido salir. Tenía doce años y un montón de sonrisas guardadas. Iba
caminando con su mejor amiga por el centro comercial cuando se le encontraron,
se llamaba Miguel y tenía la sonrisa más bonita que nadie habría imaginado
nunca. Ella estaba locamente enamorada y su amiga siempre la decía que le
dijera algo, pero ella nunca se atrevía. Ese día, cuando estaban sentadas
comiendo kebab Miguel se las acercó.
- Hola Luna – dijo la típica voz que tienen los chicos
cuando les está cambiando, que no es grave pero tampoco aguda.
- Hola – consiguió balbucear la chica -. ¿Quieres
sentarte? – le preguntó cuando la lengua dejo de parecer de papel y de pegársele
al paladar.
Su amiga captando la indirecta se fue directa al
lavabo alegando que tenía que retocarse un maquillaje que tenía prohibido
llevar. Los dos chicos se quedaron juntos.
- Me gustas mucho, Luna – soltó de sopetón con su gran
sonrisa.
Allí comenzó la gran aventura de Luna, pero solo duró
unas semanas, luego él se aburrió porque ella se había vuelto muy empalagosa.
Cuando terminaron, ella lloro durante días, y eso que solo tenía doce años. Fue
la única vez en su vida que deseo tener una madre. Desde aquel momento juró no
volverse a enamorar jamás y cortar con cualquier chico antes de que él cortara
con ella, y lo hizo solo para vengarse de Miguel. Siempre lo había cumplido y
esa vez no sería diferente.
- En realidad cortamos la semana pasada, no me gustaba mucho - respondió la
chica cuando salió de su ensoñación con una sonrisa por la que su padre habría
ido al fin del mundo y habría vuelto si se lo hubiera pedido.
Mientras decía aquello la chica se acercó al horno que estaba pitando y
sacó una tarta. El pastel de zanahoria era el favorito del padre de Luna,
cuando ella tenía ocho años busco una receta en internet, pero no la acababa de
convencer así que le echó un par de ingredientes que le pareció que pegaban con
la extraña mezcla. Aquel día su padre proclamó que su hija hacía la mejor tarta
de zanahoria del mundo, pero ella nunca le contó cuales eran los ingredientes
secretos, y él nunca hizo nada para descubrirlo.
- ¡Zanahoria! - gritó su padre contentísimo, Luna era la única que sabía cómo
hacerle sonreír aunque estuviera triste, enfadado o preocupado - Mi favorita -
añadió mientras se relamía y su hija reía suavemente con una carcajada
cristalina y hermosa.
- Ya sabía yo que no era a mí a quién echabas de menos, sino a mi tarta -
bromeó la pequeña.
- ¿Acaso lo dudabas querida Luna? - su padre rió con calma mientras cortaba
dos trozos de tarta y le daba el más grande a Luna, que lo cogió con gusto y se
sentó a comerlo.
Siguieron hablando, comiendo. Luego se sentaron en el sofá y vieron un poco
la tele, cosa que nunca hacían salvo en ocasiones contadas. Estuvieron viendo
una película en inglés. El hombre le había enseñado a su hija los idiomas más
importantes, inglés, español y francés, dado que vivían en Francia. Sonó varias
veces el móvil de la chica, era la más popular del instituto y todos querrían
felicitar a la gran Luna, pero ella no lo cogió ni una vez. Cuando estaba
con su padre se olvidaba de fingir lo que no era, cuando estaba con su padre
podía ser una niña pequeña y caprichosa sin que la juzgara nadie.
Cuando ya había salido la luna y ellos iban a cenar, el padre de la niña
comenzó a hablar.
- Luna, tengo que decirte una cosa importante.
Ella se puso tensa, su padre nunca se ponía tan serio, ni aunque hubiera
quemado la casa, y lo sabía por experiencia. Aunque jamás volvería a hacer una
barbacoa en su habitación sin supervisión de un adulto, cada vez que lo
recordaba no podía menos que echarse a reír.
- Es algo importante y necesito que me prestes atención - la chica asintió
con cautela, olvidando el divertido episodio de la barbacoa y poniéndose seria
como no solía hacer, siempre estaba sonriendo pasara lo que pasara y cuando no
lo hacía es que pasaba algo grave -. Antes de contártelo quiero que sepas que
te quiero más que a nada en el mundo.
El hombre empezó a contarla toda la historia de los dioses griegos, aunque
ella ya la sabía, su padre la había obligado a estudiar la mitología griega y a
ella le encantaba. Su diosa favorita siempre había sido Artemis y luego Atenea,
pero su padre siempre quiso que se interesara por Hades, y ella jamás entendió
por qué, y ahora lo haría. Luego le explicó que hacía dieciséis años tres
dioses habían comenzado una competición, los tres hermanos, Zeus, Hades y
Poseidón, las normas las había impuesto la gran Atenea y todos habían accedido.
Ella no conocía esa historia, seguro que había pasado hace poco o habría salido
en cualquiera de los libros que había leído sobre mitología, o habría oído
hablar de la competición.
- Y yo soy uno de ellos, soy Hades, dios del inframundo - explicó cuando
termino la historia. La cocina quedo sumida en un silencio extraño.
Aquella cocina siempre había estado llena de risas. Las risas de Luna, las
risas de su padre, las risas de los amigos, pero nunca había habido un silencio
tan oscuro. A veces la casa estaba en silencio, cuando Luna estaba sola
porque su padre estaba de viaje, pero nunca era ese silencio, siempre era un
silencio tranquilo, un silencio amable. Aquel era un silencio como era la calma
antes de la tormenta, ese silencio asustaba y Luna odiaba estar asustada.
- ¿Aceptas el reto, pequeña? - dijo después de unos minutos en aquel
extraño silencio con una pequeña sonrisa para que ella no se asustara, no
quería que su hija le tuviera miedo, pero aquello era totalmente necesario y no
podía hacer otra cosa, necesitaba que ella confiará en él y eso no iba a ser
fácil – Te lo habría contado antes pero no podía hasta que cumplieras dieciséis
y eso es hoy – intentó explicarse al ver que la niña no decía nada, ahora era
él quién estaba asustado, no quería que ella se alejara, la quería más que a
nada en el mundo, como había dicho apenas unos minutos antes.
- ¿Me preguntas que si lucharía por ti, papá? - el hombre asintió un poco
más tranquilo al ver que ella, al menos, no lo odiaba - Ya sabes que por ti
iría al fin del mundo y volvería viva para reñirte por no haber hecho la cama -
respondió repitiendo las palabras que su padre la había dicho miles de veces -.
Solo dime qué debo hacer.
Y aquel día fue cuando la vida de Luna cambió por completo. Cada día su
padre le explicaba algo más de sus hermanos, Zeus y Poseidón. También la
explicó todo lo que sabía de sus hijos adoptivos, aunque no era mucho, en
realidad solo sabía que uno tenía los ojos azules y que el otro tenía un nombre
griego, que uno vivía en Nueva York y el otro en París, pero que no sabía cuál
era cual. La enseñó a luchar con espada y a luchar cuerpo a cuerpo, a Luna la
costó mucho aprender cómo se colocaban las manos en la espada, aunque poco a
poco consiguió que la saliera solo. Eso podría haber asustado a cualquiera,
pero ella sentía como que era totalmente natural y que debía de haberlo
aprendido antes. Algunos días, los favoritos de Luna, él la dejaba por unos
minutos usar los poderes de su padre. Ella nunca habría pensado que un dios
pudiera dejar sus poderes, pero eso era una de las muchísimas cosas que no
sabía de su padre o de cualquier otro dios griego. Entrenaron durante un mes, y
aunque las demás personas pudieran pensar que Luna le echaba en cara el no
habérselo contado, ella lo único que podía pensar era que ahora su padre no se
iba más de viaje y que se quedaba con ella noche y día, como cuando era
pequeña. Que ahora que era una guerrera la miraba con más amor, con más
cariño y solo por un instante deseo matar a sus hermanos, a Zeus y a Poseidón,
por hacer que su padre tuviera que vivir solo en el inframundo.
Un día, un viernes exactamente, la mejor amiga de Luna, Emily, la llamó.
Hacía días que no iba al instituto, pues a su padre y a ella se les había
olvidado por completo, aunque después de aquello él la firmó unos justificantes
alegando que tenía la gripe y que por eso no había podido ir a clase. Luna la
dijo que se pasara por casa, pues la echaba de menos. A pesar de estar
entrenando noche y día como una gran guerrera griega, seguía siendo una
adolescente y necesitaba divertirse.
Cuando la chica llego, Luna estaba sentada en el blanco sofá, leyendo, como
siempre.
- ¡Luna! - chilló la pequeña chica morena mientras la abrazaba con todas
sus fuerzas - ¿Dónde has estado? ¿Por qué hace días que no vienes a clase? ¿Estás
bien?
- He estado enferma - respondió la pelirroja encogiéndose de hombros, jamás
podría decirla que su padre era uno de los dioses griegos. Ella, o no la
creería, o se asustaría, y Luna no quería que nadie se asustara de su padre.
Aunque ya lo hacían a veces, pues imponía mucho -. Pero ya estoy bien. ¿Quieres
que hagamos algo divertido? - preguntó alzando las cejas mientras Emily asentía
con una sonrisa pícara.
Las dos chicas se arreglaron en la habitación de Luna, aquel era el único
lugar de toda la casa que no era blanco y que estaba desordenado. Era una
enorme habitación con las paredes naranjas y papeles, libros y ropa por el
suelo, tenía un montón de muebles, al contrario de la casa. Una cama con las
sábanas negras, un pequeño sillón rojo, dos armarios, un espejo, una mesa para
estudiar y muchas fotografías y frases en las paredes.
Luna se puso un vestido negro que la llegaba por las rodillas, se lo había
regalado su padre cuando cumplió quince años alegando que con él parecía un
hada, se puso unas medias negras también y se dejó el pelo suelto. Emily se
vistió con una camiseta negra y una mini falda negra, ella no se puso medias,
tenía unas piernas preciosas y la encantaba enseñarlas, además decía que con
las medias parecía más regordeta, aunque Luna estaba totalmente en contra de
esa afirmación. Las dos se pusieron tacones, negros y altísimos, y maquillaje.
Ahora que no estaba prohibido ponérselo no era tan divertido, pero las seguía
quedando genial.
Luna le gritó a su padre que se quedaría a dormir a casa de Emily, pero los
tres sabían que no iba ser así. También le gritó que se llevaría la moto. Era
una harley davidson a la que tenía un cariño inimaginable, había sido de su
padre y ella siempre había querido utilizarla, aunque no había sido hasta que
había cumplido dieciséis, dos meses, antes hasta que la había podido montar de
verdad y estaba muy emocionada porque su padre se la había regalado. Las dos
chicas se montaron y conduciendo llegaron hasta París, en tan solo dos
horas.
A las once y media ya estaban metidas en una discoteca con unas extrañas
pastillas en la mano. Y a las doce ya estaban drogadas y sonrientes,
olvidándose del mundo por un tiempo. Las dos chicas bailaron sin parar,
bailaban con cualquiera que se les ponía por delante, y no eran pocos. Hacían
una peculiar pareja, una chica pelirroja y alta que prácticamente no hablaba nada,
que era sarcástica y malhablada, y una chica baja y morena que no paraba de
hablar y que era demasiado educada para las cosas que hacía. Emily se fue con
un chico al baño y dejo a Luna sola, aunque ella ya estaba acostumbrada,
siempre que se iban de fiesta se quedaba sola durante un par de horas porque a
Emily le gustaba comprobar cómo era la fisionomía de cada chico con el que se
cruzaba. Y por eso eran amigas, Luna era la única que no la juzgaba por ello, a
la única a la que le parecía totalmente normal y que la dejaba tranquila sin
darla largas charlas sobre lo malo que era practicar sexo con desconocidos.
Se acerco a la barra y allí vio a un chico que le llamó mucho la atención,
quizás era por su pelo azul o por sus ojos, azules también.
- Hola preciosa - dijo el chico azul en inglés mientras Luna miraba su
pelo, era hipnotizante, tenía el pelo de punta y era de un azul más claro
cuánto más subía, parecía que quería tocar el cielo con él -. Soy Lucas - alzo
la mano -, y tú debes de ser un ángel, por lo hermosa que eres – añadió
haciendo un penoso intento de ligar.
- Soy más bien el demonio - dijo Luna, respondiéndole en el mismo idioma
que él había hablado y haciendo caso omiso de la mano que tenía el chico para
que ella la estrechara -. Será mejor que te vayas de aquí, chico azul, quiero
pedir - añadió fulminándole con la mirada. Lucas tenía los ojos azul eléctrico,
los ojos más impresionantes que nunca había visto. Pero su padre la había dicho
que el hijo de Poseidón tenía los ojos azules, así que no debía acercarse a
ninguno chico con los ojos de aquel color y menos a aquel que parecía creerse
muy gracioso.
Luna se dio la vuelta al ver que el muchacho no se movía y decidió que no
pediría, se la habían pasado las ganas, por lo que volvió a empezar a bailar.
En la pista se encontró otro chico que también la llamó la intención, tenía el
pelo castaño, y bailaba realmente mal. Luna se acercó para bailar cerca de él,
luego se miraron a los ojos. Los de la chica verdes, como la hierba, y los del
muchacho tan oscuros que casi no se distinguía la pupila del iris. No se
presentaron, solo bailaron juntos durante horas. Y cuando Emily volvió a
encontrar a Luna, las dos salieron de aquel bar, abrazadas y sonrientes,
dirigiéndose a cualquier otro bar.
Por la mañana las chicas estaban en casa de unos extraños. Estaban en un
salón pequeño con las paredes color salmón descolorido y con bastante mal olor,
a saber lo que habrían hecho aquella noche, puesto que las dos se habían
olvidado de todo después de salir del primer bar. Salieron y vieron que la moto
estaba en la puerta. La cogieron y, sin despedirse de los dos chicos que
estaban tirados en el sofá de aquella extraña casa que nunca antes habían
pisado y que no volverían a pisar, pusieron rumbo a su pequeño pueblo.
Desayunaron en la cocina blanca de la casa de Luna, el padre de Luna no
molestó, pues sabía que a las dos chicas las gustaba desayunar solas, pero cuando
Emily se fue, Luna le contó a su padre lo del chico azul. Su padre la dijo
que intentara no acercarse a los chicos de ojos azules, aunque eso Luna ya lo
sabía pues se lo había repetido durante los dos meses que habían pasado.
- Vamos a entrenar Luna - dijo su padre con seriedad, cuando ella término
de desayunar, mientras se dirigía al jardín. Eran las diez de la mañana y Luna
se moría de sueño, no había dormido nada, o bueno, casi nada. Pero miró a su
padre y pensó que sería mejor no discutir, o al menos no en eso, pues para él
era demasiado importante.
- ¿Puedo probar de nuevo con los poderes? - preguntó la chica mirando a su
padre a los ojos. Ahora sabía que él no era su verdadero padre y que además la
había robado, pero eso daba igual. Una vez había leído en un libro que la
familia era más que la sangre y estaba totalmente de acuerdo.
Su padre no pudo resistirse a esa mirada. Cerró los ojos un instante y
luego les volvió a abrir. A Luna le entró esa sensación, era una sensación
parecida a cuando estás feliz, cuando no piensas en nada salvo en que eres
feliz, en que es imposible que nadie pueda hacer nada malo. Si la hubieran
dicho que explicara cómo se sentía habría dicho que se sentía blanca, infinita
y feliz. Y nada más, no sentía nada más pero a la vez sentía todo mil veces
ampliado.
Cuando su padre la prestaba los poderes podía hacerse invisible y podía ver
a las almas que se habían quedado entre los dos mundos. No obstante no era una
imagen agradable.
- ¡Vamos Luna! - la dijo su padre con una voz que denotaba reproche después
de unos segundos al ver que ella se quedaba mirando a todas las almas que
pasaban - Hay que entrenar.
Ella se hizo invisible mientras intentaba, en vano, pegar a su padre, o
atacarle con su espada de madera. Pero no lo consiguió ni una sola vez, al
contrario, lo único que se llevo fueron dos moratones en la pierna y una herida
en el codo. Al cabo de dos horas los dos estaban muertos, Hades por prestarle
los poderes a la chica y ella por tanto ejercicio. Él la había contado que
lo máximo que podía dejar los poderes, en teoría, eran unos minutos, diez o
veinte, pero ellos siempre rompían el límite.
- Basta por hoy - dijo el hombre con los ojos cerrados mientras Luna sentía
de que esa sensación de felicidad se iba y caía en la cuenta de que el dolor
que tenía en el cuerpo era mucho peor de lo que pensaba -. Creo que estas
lista, ellos no estarán ni la mitad de entrenados que tú. Buscaré dónde están y
descubriré si ya lo saben. Estamos en marzo, todavía quedan nueve meses para la
lucha pero no estará de más que les vigiles y encuentres sus puntos
débiles.
La pelirroja asintió y su padre la abrazó mientras la susurraba al oído que
la quería. Y allí se quedaron hasta que Luna no pudo más con el peso de su
cuerpo y calló dormida en los brazos de su padre que la llevo a su habitación,
dejándola dormir en su cama con edredón negra. Se quedo velando por su sueño,
igual que hacía cuando ella era un bebe. Luego escribió una nota en la que
explicaba que iba a buscar a los chicos y que en menos de dos semanas estaría
de vuelta, la dejó algo de dinero y la advertencia de que seguía teniendo que
ir a clase y que por muchas fiestas que hiciera quería que la casa siguiera
siendo blanca cuando volviera.
ML!!!!
ResponderEliminarSiento no haber xomentado antes pero estoy de examenes hasta arriba!
Bueno, el capitulo es genial, me encanta. Entre que tu historia pinta bien y que adoro la mitologia...
Espero el siguiente capítulo, mantendré tu blog vigilado
Besos!
Hola ML!! Sé que llevo mucho sin comentar y que hace tiempo que tú publicaste y yo leí esta entrada pero quería decirte que te nominado a un premio en mi blog, te dejo aquí el enlace:
ResponderEliminarhttp://sieltiempollegatarde.blogspot.com.es/2013/03/premio-liebster-2-parte.html
Porque echo de menos tus capis ;)
Besos