lunes, 4 de marzo de 2013

¡Primer capítulo!

Pues lo dicho, aquí tengo el primer capítulo, en realidad lo tengo desde hace tiempo, pero creo que era mejor dejar un poco de tiempo, porque sino entre el primero y el segundo habrá que esperar mucho más, capisci? jijiji, espero que sí *3* El siguiente no sé si lo tendré en esta semana puesto que tengo la tira de exámenes D: 
Ale, ya paro de hablar y os dejo con el primer capítulo: (Siento mucho si es demasiado largo pero es que no sabía dónde cortar D: )



Era un enorme salón, todos los muebles eran blancos, impolutos. Una chica estaba sentada en el blanco sofá con las piernas encima estaba leyendo un libro. Estaba segura de que si su padre la viera poner los pies así la miraría con esa mirada que a veces usa la gente, como si les estuvieras decepcionando. De la chica solo se distinguía su mata de pelo rojo, ese año lo llevaba corto, un poco más abajo de las orejas, pero así era más cómodo. El pelo contrastaba con aquella habitación, que  no tenía apenas muebles, un sofá blanco, una televisión y una mesita, ni una estantería, no había una sola mota de polvo en ninguna esquina, como si hubiera algo en aquel blanco que las asustara. Aquel día la chica cumplía dieciséis años y todo el mundo podía pensar que estaba emocionada, pero en realidad la daba un poco igual, celebrar que había nacido no la parecía interesante y además daba fiestas muy a menudo, así que una más no iba a cambiar nada. La puerta de entrada se abrió y se cerró con un fuerte portazo, aunque no significaba nada y ella lo sabía, tan solo significaba que la persona a la que más quería en el mundo había hecho acto de presencia. La chica, con una sonrisa, bajó las piernas del sofá y sonrió a su padre. Era un hombre alto, con el pelo negro como el carbón y los ojos grandes y negros también, nadie sabía cuántos años tenía y su hija tampoco, aunque no es que la importara mucho, pero sabía que se conservaba muy bien para cualquier edad que tuviera y además todo el mundo decía que era muy atractivo. Imponía mucho, a todos menos a ella, pues ella no lo veía como un hombre alto de negocios, sino como a un padre que la cogía para que pudiera tocar los carteles por la calle. No se parecían en nada, ella era pelirroja y con los ojos verdes y él tenía el pelo negro con los ojos oscuros, no parecían padre e hija, pero se querían el uno al otro como nadie.  
- Luna - dijo su padre abriendo los brazos sabiendo que ella correría a abrazarle como cuando era pequeña, y ella lo hizo, por supuesto. Le había echado demasiado de menos como para actuar como una chica de su edad que no daba besos a sus padres y que ni siquiera les abrazaba. 
No hablaron durante unos bellos instantes en los que solo se abrazaron. La chica, que antes parecía alta, ahora era pequeña al lado de su padre. Había estado fuera por trabajo durante dos semanas y hoy venía para celebrar su cumpleaños, aunque Luna estaba segura que él estaba más emocionado que ella y no sabía el motivo pues él la había enseñado que cumplir años no era una cosa especial y siempre había pasado sus cumpleaños como si fueran otro día más en el calendario. 
- Papá - saludó ella suavemente con una voz que acarició suavemente el rostro del gran hombretón haciéndole sonreír -. Te eché de menos - añadió sin más con una gran sonrisa que podría dejar muerto a cualquiera. 
- Y yo a ti, pequeña - respondió su padre, miró a su alrededor, la casa seguía tal y como la había dejado, pero él sabía que su hija había hecho una fiesta dos días atrás -. ¿Qué tal la fiesta? - preguntó para sorpresa de la pequeña. 
- ¿Papá? - Luna le miró sin entender, aunque al ver que la cara de su padre no reflejaba enfado sonrió de nuevo - Lo siento - dijo sin sentirlo -. La verdad es que muy bien, invité a muy poca gente, ya sabes, dos o tres - respondió, aunque los dos sabían que aquella había sido una de esas fiestas con sexo, drogas y rock and roll.
- No pasa nada - sonrió su padre -. Hoy cumples dieciséis y eso es lo único que importa. Y además la casa sigue siendo blanca y limpia y con eso basta - soltó una carcajada. Había estado fuera durante todas las navidades, tenía negocios y ella lo entendía, muchos años había estado sola en Navidad y tampoco la importaba, pero él siempre volvía el día uno para su cumpleaños, el cual le parecía mucho más importante que un año nuevo, Luna se lo agradecía en silencio.
Los dos se volvieron a abrazar. Luna pasaba mucho tiempo sola en casa, pues su padre trabajaba mucho, y viajaba aún más. Pero él siempre volvía para hacer cosas con su niña. Ella había aprendido a cocinar y a llevar la casa sola desde que tenía ocho años. Nunca había conocido a su madre, pero no la importaba, ellos dos se cuidaban solos. No era como la mayoría de las chicas que tenían como figura principal a su madre, a la que pedían consejos de moda y de chicos, ella no necesitaba esos consejos y cuando los necesitaba su padre se los daba sin extrañas o incomodas charlas, como habría sido normal en cualquier otro padre.
Su padre tenía algo muy especial que decirla y quería hacerlo en ese instante, pero la paciencia era un gran don en él, así  que la dirigió hacía la cocina, donde estaban sus maletas e indico a Luna que las llevara a la habitación, y lo hizo con una sola mirada y sin abrir la boca, pero ella le entendió sin necesidad de ninguna de esas cosas, tenían una fuerte conexión que no todos los padres e hijos tenían. La chica las cogió y subió las escaleras corriendo, mientras su pelo parecía un fuego encendido moviéndose de un lado a otro, luego volvió a bajar corriendo y su sonrisa se ensanchaba a medida que bajaba y se acercaba a su querido papá. Quería estar el mayor tiempo posible con él.
- ¿Qué tal con Alberto? - preguntó su padre frunciendo el ceño, la verdad era que no le gustaba mucho que su hija saliera con chicos, pero no quería hacer nada al respecto, la daba libertad. Cosa que muchos otros padres y madres no habrían permitido y que mucho menos habrían hablado normal en una cocina. Pero él sabía que su hija era la más especial y además estaba seguro de que se merecía todo lo que tenía y mucho más, por eso la daría todo lo que pidiera pero consiguiendo que no fuera una niña mimada.
Luna comenzó a rememorar el día que su primer amor la había pedido salir. Tenía doce años y un montón de sonrisas guardadas. Iba caminando con su mejor amiga por el centro comercial cuando se le encontraron, se llamaba Miguel y tenía la sonrisa más bonita que nadie habría imaginado nunca. Ella estaba locamente enamorada y su amiga siempre la decía que le dijera algo, pero ella nunca se atrevía. Ese día, cuando estaban sentadas comiendo kebab Miguel se las acercó.
- Hola Luna – dijo la típica voz que tienen los chicos cuando les está cambiando, que no es grave pero tampoco aguda.
- Hola – consiguió balbucear la chica -. ¿Quieres sentarte? – le preguntó cuando la lengua dejo de parecer de papel y de pegársele al paladar.
Su amiga captando la indirecta se fue directa al lavabo alegando que tenía que retocarse un maquillaje que tenía prohibido llevar. Los dos chicos se quedaron juntos.
- Me gustas mucho, Luna – soltó de sopetón con su gran sonrisa.
Allí comenzó la gran aventura de Luna, pero solo duró unas semanas, luego él se aburrió porque ella se había vuelto muy empalagosa. Cuando terminaron, ella lloro durante días, y eso que solo tenía doce años. Fue la única vez en su vida que deseo tener una madre. Desde aquel momento juró no volverse a enamorar jamás y cortar con cualquier chico antes de que él cortara con ella, y lo hizo solo para vengarse de Miguel. Siempre lo había cumplido y esa vez no sería diferente.
- En realidad cortamos la semana pasada, no me gustaba mucho - respondió la chica cuando salió de su ensoñación con una sonrisa por la que su padre habría ido al fin del mundo y habría vuelto si se lo hubiera pedido. 
Mientras decía aquello la chica se acercó al horno que estaba pitando y sacó una tarta. El pastel de zanahoria era el favorito del padre de Luna, cuando ella tenía ocho años busco una receta en internet, pero no la acababa de convencer así que le echó un par de ingredientes que le pareció que pegaban con la extraña mezcla. Aquel día su padre proclamó que su hija hacía la mejor tarta de zanahoria del mundo, pero ella nunca le contó cuales eran los ingredientes secretos, y él nunca hizo nada para descubrirlo.  
- ¡Zanahoria! - gritó su padre contentísimo, Luna era la única que sabía cómo hacerle sonreír aunque estuviera triste, enfadado o preocupado - Mi favorita - añadió mientras se relamía y su hija reía suavemente con una carcajada cristalina y hermosa.
- Ya sabía yo que no era a mí a quién echabas de menos, sino a mi tarta - bromeó la pequeña. 
- ¿Acaso lo dudabas querida Luna? - su padre rió con calma mientras cortaba dos trozos de tarta y le daba el más grande a Luna, que lo cogió con gusto y se sentó a comerlo. 
Siguieron hablando, comiendo. Luego se sentaron en el sofá y vieron un poco la tele, cosa que nunca hacían salvo en ocasiones contadas. Estuvieron viendo una película en inglés. El hombre le había enseñado a su hija los idiomas más importantes, inglés, español y francés, dado que vivían en Francia. Sonó varias veces el móvil de la chica, era la más popular del instituto y todos querrían felicitar a la gran Luna, pero ella no lo cogió ni una vez. Cuando estaba con su padre se olvidaba de fingir lo que no era, cuando estaba con su padre podía ser una niña pequeña y caprichosa sin que la juzgara nadie.
Cuando ya había salido la luna y ellos iban a cenar, el padre de la niña comenzó a hablar.
- Luna, tengo que decirte una cosa importante. 
Ella se puso tensa, su padre nunca se ponía tan serio, ni aunque hubiera quemado la casa, y lo sabía por experiencia. Aunque jamás volvería a hacer una barbacoa en su habitación sin supervisión de un adulto, cada vez que lo recordaba no podía menos que echarse a reír.
- Es algo importante y necesito que me prestes atención - la chica asintió con cautela, olvidando el divertido episodio de la barbacoa y poniéndose seria como no solía hacer, siempre estaba sonriendo pasara lo que pasara y cuando no lo hacía es que pasaba algo grave -. Antes de contártelo quiero que sepas que te quiero más que a nada en el mundo. 
El hombre empezó a contarla toda la historia de los dioses griegos, aunque ella ya la sabía, su padre la había obligado a estudiar la mitología griega y a ella le encantaba. Su diosa favorita siempre había sido Artemis y luego Atenea, pero su padre siempre quiso que se interesara por Hades, y ella jamás entendió por qué, y ahora lo haría. Luego le explicó que hacía dieciséis años tres dioses habían comenzado una competición, los tres hermanos, Zeus, Hades y Poseidón, las normas las había impuesto la gran Atenea y todos habían accedido. Ella no conocía esa historia, seguro que había pasado hace poco o habría salido en cualquiera de los libros que había leído sobre mitología, o habría oído hablar de la competición.
- Y yo soy uno de ellos, soy Hades, dios del inframundo - explicó cuando termino la historia. La cocina quedo sumida en un silencio extraño. 
Aquella cocina siempre había estado llena de risas. Las risas de Luna, las risas de su padre, las risas de los amigos, pero nunca había habido un silencio tan oscuro. A veces la casa estaba en silencio, cuando Luna estaba sola porque su padre estaba de viaje, pero nunca era ese silencio, siempre era un silencio tranquilo, un silencio amable. Aquel era un silencio como era la calma antes de la tormenta, ese silencio asustaba y Luna odiaba estar asustada.
- ¿Aceptas el reto, pequeña? - dijo después de unos minutos en aquel extraño silencio con una pequeña sonrisa para que ella no se asustara, no quería que su hija le tuviera miedo, pero aquello era totalmente necesario y no podía hacer otra cosa, necesitaba que ella confiará en él y eso no iba a ser fácil – Te lo habría contado antes pero no podía hasta que cumplieras dieciséis y eso es hoy – intentó explicarse al ver que la niña no decía nada, ahora era él quién estaba asustado, no quería que ella se alejara, la quería más que a nada en el mundo, como había dicho apenas unos minutos antes.
- ¿Me preguntas que si lucharía por ti, papá? - el hombre asintió un poco más tranquilo al ver que ella, al menos, no lo odiaba - Ya sabes que por ti iría al fin del mundo y volvería viva para reñirte por no haber hecho la cama - respondió repitiendo las palabras que su padre la había dicho miles de veces -. Solo dime qué debo hacer.
Y aquel día fue cuando la vida de Luna cambió por completo. Cada día su padre le explicaba algo más de sus hermanos, Zeus y Poseidón. También la explicó todo lo que sabía de sus hijos adoptivos, aunque no era mucho, en realidad solo sabía que uno tenía los ojos azules y que el otro tenía un nombre griego, que uno vivía en Nueva York y el otro en París, pero que no sabía cuál era cual. La enseñó a luchar con espada y a luchar cuerpo a cuerpo, a Luna la costó mucho aprender cómo se colocaban las manos en la espada, aunque poco a poco consiguió que la saliera solo. Eso podría haber asustado a cualquiera, pero ella sentía como que era totalmente natural y que debía de haberlo aprendido antes. Algunos días, los favoritos de Luna, él la dejaba por unos minutos usar los poderes de su padre. Ella nunca habría pensado que un dios pudiera dejar sus poderes, pero eso era una de las muchísimas cosas que no sabía de su padre o de cualquier otro dios griego. Entrenaron durante un mes, y aunque las demás personas pudieran pensar que Luna le echaba en cara el no habérselo contado, ella lo único que podía pensar era que ahora su padre no se iba más de viaje y que se quedaba con ella noche y día, como cuando era pequeña. Que ahora que era una guerrera la miraba con más amor, con más cariño y solo por un instante deseo matar a sus hermanos, a Zeus y a Poseidón, por hacer que su padre tuviera que vivir solo en el inframundo.
Un día, un viernes exactamente, la mejor amiga de Luna, Emily, la llamó. Hacía días que no iba al instituto, pues a su padre y a ella se les había olvidado por completo, aunque después de aquello él la firmó unos justificantes alegando que tenía la gripe y que por eso no había podido ir a clase. Luna la dijo que se pasara por casa, pues la echaba de menos. A pesar de estar entrenando noche y día como una gran guerrera griega, seguía siendo una adolescente y necesitaba divertirse.
Cuando la chica llego, Luna estaba sentada en el blanco sofá, leyendo, como siempre. 
- ¡Luna! - chilló la pequeña chica morena mientras la abrazaba con todas sus fuerzas - ¿Dónde has estado? ¿Por qué hace días que no vienes a clase? ¿Estás bien?
- He estado enferma - respondió la pelirroja encogiéndose de hombros, jamás podría decirla que su padre era uno de los dioses griegos. Ella, o no la creería, o se asustaría, y Luna no quería que nadie se asustara de su padre. Aunque ya lo hacían a veces, pues imponía mucho -. Pero ya estoy bien. ¿Quieres que hagamos algo divertido? - preguntó alzando las cejas mientras Emily asentía con una sonrisa pícara. 
Las dos chicas se arreglaron en la habitación de Luna, aquel era el único lugar de toda la casa que no era blanco y que estaba desordenado. Era una enorme habitación con las paredes naranjas y papeles, libros y ropa por el suelo, tenía un montón de muebles, al contrario de la casa. Una cama con las sábanas negras, un pequeño sillón rojo, dos armarios, un espejo, una mesa para estudiar y muchas fotografías y frases en las paredes.
Luna se puso un vestido negro que la llegaba por las rodillas, se lo había regalado su padre cuando cumplió quince años alegando que con él parecía un hada, se puso unas medias negras también y se dejó el pelo suelto. Emily se vistió con una camiseta negra y una mini falda negra, ella no se puso medias, tenía unas piernas preciosas y la encantaba enseñarlas, además decía que con las medias parecía más regordeta, aunque Luna estaba totalmente en contra de esa afirmación. Las dos se pusieron tacones, negros y altísimos, y maquillaje. Ahora que no estaba prohibido ponérselo no era tan divertido, pero las seguía quedando genial.
Luna le gritó a su padre que se quedaría a dormir a casa de Emily, pero los tres sabían que no iba ser así. También le gritó que se llevaría la moto. Era una harley davidson a la que tenía un cariño inimaginable, había sido de su padre y ella siempre había querido utilizarla, aunque no había sido hasta que había cumplido dieciséis, dos meses, antes hasta que la había podido montar de verdad y estaba muy emocionada porque su padre se la había regalado. Las dos chicas se montaron y conduciendo llegaron hasta París, en tan solo dos horas. 
A las once y media ya estaban metidas en una discoteca con unas extrañas pastillas en la mano. Y a las doce ya estaban drogadas y sonrientes, olvidándose del mundo por un tiempo. Las dos chicas bailaron sin parar, bailaban con cualquiera que se les ponía por delante, y no eran pocos. Hacían una peculiar pareja, una chica pelirroja y alta que prácticamente no hablaba nada, que era sarcástica y malhablada, y una chica baja y morena que no paraba de hablar y que era demasiado educada para las cosas que hacía. Emily se fue con un chico al baño y dejo a Luna sola, aunque ella ya estaba acostumbrada, siempre que se iban de fiesta se quedaba sola durante un par de horas porque a Emily le gustaba comprobar cómo era la fisionomía de cada chico con el que se cruzaba. Y por eso eran amigas, Luna era la única que no la juzgaba por ello, a la única a la que le parecía totalmente normal y que la dejaba tranquila sin darla largas charlas sobre lo malo que era practicar sexo con desconocidos.
Se acerco a la barra y allí vio a un chico que le llamó mucho la atención, quizás era por su pelo azul o por sus ojos, azules también. 
- Hola preciosa - dijo el chico azul en inglés mientras Luna miraba su pelo, era hipnotizante, tenía el pelo de punta y era de un azul más claro cuánto más subía, parecía que quería tocar el cielo con él -. Soy Lucas - alzo la mano -, y tú debes de ser un ángel, por lo hermosa que eres – añadió haciendo un penoso intento de ligar.
- Soy más bien el demonio - dijo Luna, respondiéndole en el mismo idioma que él había hablado y haciendo caso omiso de la mano que tenía el chico para que ella la estrechara -. Será mejor que te vayas de aquí, chico azul, quiero pedir - añadió fulminándole con la mirada. Lucas tenía los ojos azul eléctrico, los ojos más impresionantes que nunca había visto. Pero su padre la había dicho que el hijo de Poseidón tenía los ojos azules, así que no debía acercarse a ninguno chico con los ojos de aquel color y menos a aquel que parecía creerse muy gracioso.
Luna se dio la vuelta al ver que el muchacho no se movía y decidió que no pediría, se la habían pasado las ganas, por lo que volvió a empezar a bailar. En la pista se encontró otro chico que también la llamó la intención, tenía el pelo castaño, y bailaba realmente mal. Luna se acercó para bailar cerca de él, luego se miraron a los ojos. Los de la chica verdes, como la hierba, y los del muchacho tan oscuros que casi no se distinguía la pupila del iris. No se presentaron, solo bailaron juntos durante horas. Y cuando Emily volvió a encontrar a Luna, las dos salieron de aquel bar, abrazadas y sonrientes, dirigiéndose a cualquier otro bar.
Por la mañana las chicas estaban en casa de unos extraños. Estaban en un salón pequeño con las paredes color salmón descolorido y con bastante mal olor, a saber lo que habrían hecho aquella noche, puesto que las dos se habían olvidado de todo después de salir del primer bar. Salieron y vieron que la moto estaba en la puerta. La cogieron y, sin despedirse de los dos chicos que estaban tirados en el sofá de aquella extraña casa que nunca antes habían pisado y que no volverían a pisar, pusieron rumbo a su pequeño pueblo. Desayunaron en la cocina blanca de la casa de Luna, el padre de Luna no molestó, pues sabía que a las dos chicas las gustaba desayunar solas, pero cuando Emily se fue, Luna le contó a su padre lo del chico azul. Su padre la dijo que intentara no acercarse a los chicos de ojos azules, aunque eso Luna ya lo sabía pues se lo había repetido durante los dos meses que habían pasado. 
- Vamos a entrenar Luna - dijo su padre con seriedad, cuando ella término de desayunar, mientras se dirigía al jardín. Eran las diez de la mañana y Luna se moría de sueño, no había dormido nada, o bueno, casi nada. Pero miró a su padre y pensó que sería mejor no discutir, o al menos no en eso, pues para él era demasiado importante.
- ¿Puedo probar de nuevo con los poderes? - preguntó la chica mirando a su padre a los ojos. Ahora sabía que él no era su verdadero padre y que además la había robado, pero eso daba igual. Una vez había leído en un libro que la familia era más que la sangre y estaba totalmente de acuerdo. 
Su padre no pudo resistirse a esa mirada. Cerró los ojos un instante y luego les volvió a abrir. A Luna le entró esa sensación, era una sensación parecida a cuando estás feliz, cuando no piensas en nada salvo en que eres feliz, en que es imposible que nadie pueda hacer nada malo. Si la hubieran dicho que explicara cómo se sentía habría dicho que se sentía blanca, infinita y feliz. Y nada más, no sentía nada más pero a la vez sentía todo mil veces ampliado.
Cuando su padre la prestaba los poderes podía hacerse invisible y podía ver a las almas que se habían quedado entre los dos mundos. No obstante no era una imagen agradable. 
- ¡Vamos Luna! - la dijo su padre con una voz que denotaba reproche después de unos segundos al ver que ella se quedaba mirando a todas las almas que pasaban - Hay que entrenar. 
Ella se hizo invisible mientras intentaba, en vano, pegar a su padre, o atacarle con su espada de madera. Pero no lo consiguió ni una sola vez, al contrario, lo único que se llevo fueron dos moratones en la pierna y una herida en el codo. Al cabo de dos horas los dos estaban muertos, Hades por prestarle los poderes a la chica y ella por tanto ejercicio. Él la había contado que lo máximo que podía dejar los poderes, en teoría, eran unos minutos, diez o veinte, pero ellos siempre rompían el límite.
- Basta por hoy - dijo el hombre con los ojos cerrados mientras Luna sentía de que esa sensación de felicidad se iba y caía en la cuenta de que el dolor que tenía en el cuerpo era mucho peor de lo que pensaba -. Creo que estas lista, ellos no estarán ni la mitad de entrenados que tú. Buscaré dónde están y descubriré si ya lo saben. Estamos en marzo, todavía quedan nueve meses para la lucha pero no estará de más que les vigiles y encuentres sus puntos débiles. 
La pelirroja asintió y su padre la abrazó mientras la susurraba al oído que la quería. Y allí se quedaron hasta que Luna no pudo más con el peso de su cuerpo y calló dormida en los brazos de su padre que la llevo a su habitación, dejándola dormir en su cama con edredón negra. Se quedo velando por su sueño, igual que hacía cuando ella era un bebe. Luego escribió una nota en la que explicaba que iba a buscar a los chicos y que en menos de dos semanas estaría de vuelta, la dejó algo de dinero y la advertencia de que seguía teniendo que ir a clase y que por muchas fiestas que hiciera quería que la casa siguiera siendo blanca cuando volviera. 

2 comentarios:

  1. ML!!!!
    Siento no haber xomentado antes pero estoy de examenes hasta arriba!
    Bueno, el capitulo es genial, me encanta. Entre que tu historia pinta bien y que adoro la mitologia...
    Espero el siguiente capítulo, mantendré tu blog vigilado
    Besos!

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  2. Hola ML!! Sé que llevo mucho sin comentar y que hace tiempo que tú publicaste y yo leí esta entrada pero quería decirte que te nominado a un premio en mi blog, te dejo aquí el enlace:
    http://sieltiempollegatarde.blogspot.com.es/2013/03/premio-liebster-2-parte.html
    Porque echo de menos tus capis ;)
    Besos

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